MIS MENINAS VELAZQUEÑAS






“Las Meninas” de Velázquez


Se trata de la obra más famosa del pintor, conocida también como “La familia de Felipe IV”, que realizó en 1656, tal vez por iniciativa real o del propio pintor, ya que al estar al servicio permanente del monarca, el pintor gozaba de cierta libertad a la hora de plantearse una serie de cuadros, además de los oficiales.
Es un gran óleo sobre lienzo que se encuentra en el Museo del Prado de Madrid, culmen de la perspectiva aérea, que tuvo una gran trascendencia en la historia del arte, influyendo directamente en pintores como Goya (en “La familia de Carlos IV”, por ejemplo) o Picasso, quien realizó una serie de estudios sobre la misma, en su propio lenguaje pictórico.
El argumento de la pintura sería la irrupción de la pequeña infanta acompañada de su séquito, en el taller donde el pintor está pintando un retrato de la pareja real, sus padres.
La escena representada se sitúa en un aposento palaciego, tal vez en el Alcázar de Madrid, lugar en el que Velázquez tenía su taller, una ancha sala con varias ventanas abiertas en la pared de la derecha, de las que dos dejan entrar la luz del exterior y entre las que cuelgan una serie de cuadros.
Al fondo, una puerta entreabierta conduce a una luminosa escalera, en la que aparece la silueta de un hombre vestido de negro, con capa y sombrero en la mano izquierda, mientras que con la derecha parece apartar una cortina.
Se trata del retrato de José Nieto Velázquez, Aposentador de la Reina. Al lado de la puerta, un espejo con un marco negro bastante ancho, refleja a los reyes Felipe IV y Mariana de Austria, de busto, situados bajo una cortina o un dosel, como las que Velázquez empleaba en sus retratos oficiales. Parece reflejar la figura de los monarcas, que estarían situados en el espacio del espectador, fuera del cuadro, pero es imposible decir si es así claramente.
De serlo, supondría mezclar la realidad y la ficción, ya que rizando el rizo, el espectador debería verse reflejado también en el espejo del fondo. También es imposible averiguar si lo que hay debajo del espejo es un mueble o un arcón, o si los dos rectángulos casi negros del fondo son cuadros.
A la izquierda del espejo aparece otra puerta cerrada, semejante a la que está abierta y, en la parte superior de la pared aparecen dos grandes cuadros que han sido identificados con dos copias de cuadros de Rubens realizados por el alumno y yerno del pintor, Juan Bautista Mazo.
El primer término de la izquierda de la composición lo ocupa el dorso del gran lienzo que parece estar pintando Velázquez, ante el que aparece situado el pintor de pie, mirando directamente al espectador, portando en su mano derecha el pincel y en la izquierda la paleta, vestido de negro, con mangas acuchilladas de tornasolada seda, luciendo la cruz roja de la Orden de Santiago, añadida cuando el pintor fue nombrado caballero de la misma, probablemente después de su muerte.
El centro de la escena lo ocupa la infanta Margarita, hija mayor de los reyes, que contaba entonces cinco años, de pie frente al espectador en cuya dirección mira la niña. A ambos lados se sitúan sus doncellas de honor, las damas portuguesas Doña Agustina Sarmiento de Sotomayor, que aparece en ademán de hacerle una reverencia ofreciéndole una bandeja con un vaso para el agua y Doña Isabel de Velasco, haciendo también una reverencia, tal vez como indicaba el protocolo de palacio, son las “meninhas”, de ahí el nombre del cuadro.
A la derecha vemos a la enana Mari Bárbola, de origen alemán, que estaba a su servicio y formaba parte de su séquito, que también mira al espectador. A su lado Nicolasillo (un paje), que posa su pie izquierdo en el perro mastín grande y apacible que, tumbado también mira al espectador o hacia los reyes, si allí estuviesen situados. Más atrás, un hombre de negro con las manos cruzadas sobre el cinto, que parece ser Diego Ruiz Azcona, ayo de los Infantes de España, está al lado de una mujer vestida con toca y traje blancos y manto negro (atuendo característico de una viuda), es Doña Marcela de Ulloa, Camarera Mayor de la princesa. Además de ser una serie de magníficos retratos, esta obra supone la culminación de la creación ambiental, con un recinto matizado por varios focos de luz, estando el principal a la derecha y varios secundarios, incluidos la puerta del fondo, recurso que, además acrecienta la perspectiva y que ya había utilizado el pintor en otras obras, como en “La fragua de Vulcano”. La alternancia de zonas de diferente intensidad luminosa le permite obtener a Velázquez los efectos de profundidad en una habitación cerrada. Todo el cuadro está envuelto en una luz dorada, donde se palpa la atmósfera. Técnicamente, la pincelada es variada, con partes en la que ésta está perfectamente acabada, como por ejemplo en el pelaje del perro, y con otras en la que ésta es suelta y vaporosa, como en los vestidos o en el pelo de la infanta, que semeja hilillos de seda dorada.
En la paleta que sujeta el pintor en su retrato aparecen todos los colores que utilizó para pintar el cuadro, haciendo así un guiño al espectador acerca de su oficio. Es uno de esos aspectos que hacen de Velázquez un pintor barroco, no en el sentido de Rubens, agitado y violento, sino en otro más sutil, de equívocos y juegos con el espectador.
La composición resulta ingeniosa, con un dibujo natural y correcto, en el que se respira el vapor de la sala que envuelve y aleja los objetos, siendo un prodigio de dos tipos de perspectiva, la lineal y la aérea. Para muchos autores es te cuadro es la proyección espiritual de la imagen de la idea íntima de Velázquez y no la simple imitación de lo natural. Es la búsqueda de la nobleza de este arte que tanto obsesiona a los pintores del Siglo de Oro que luchan por ser considerados artistas y no artesanos. Tal vez el haberse retratado el propio pintor en el lienzo nos da idea de la alta consideración en la que éste tenía su arte, al ponerse al mismo nivel que la familia real, a la par que dejaría muestra de su familiaridad con la misma.